Las normas ISO son percibidas frecuentemente como un ‘monstruo’ al que mejor no enfrentarse si no me lo piden. El problema de implementar una norma ISO, o cualquier norma no suele ser sólo el qué hay que implementar o cumplir, sino el cómo se implementa. Los modelos de procesos existentes hasta el momento (ej. CMMI, ISO/IEC 12207) están muy orientados a grandes organizaciones que pueden abarcar muchos de los qué’s de estos modelos y que tienen recursos para implementarlos incluso a la vez. Copiando la manera de hacer de organizaciones grandes puede matar a las pequeñas: ni pueden abarcar la misma cantidad de qué’s a la vez, ni los cómo abarcarlos se puede hacer igual.

Los casos de éxito que se publican son de las grandes, pues llevan más tiempo con experiencia en implantarlas. Y, cuando las pequeñas, que no tienen recursos para consultoría que les ayude a preparar estos cómo, intentan copiar estos casos, resulta en: a) un fracaso y una pérdida de tiempo y dinero y, b) falta de interés en las normas ISO para el futuro y será sólo cuando un cliente lo pide, cuando volverán a tener algún interés.

Pero no cabe duda que tanto las grandes organizaciones como las pequeñas tienen problemas a la hora de desarrollar software, sistemas o de dar servicios. Y teóricamente es para mejorar estos aspectos para los que se definen las normas ISO. Pero ¿cómo asegurar que las normas ayuden a las organizaciones más que entorpecer su negocio? La respuesta es fácil: desarrollando normas adaptadas a estas organizaciones. Normas que sean un paso previo, incremental a esos otros modelos más grandes. Y, además, desarrollando guías del cómo adaptadas a sus características. Estas guías del cómo es el propósito de upto25, que, además de servir para que las pequeñas organizaciones mejoren su excelencia y puedan incluso certificarla, que puedan contactar con otras organizaciones para formar consorcios con soluciones mejores y que además sus clientes puedan saber dónde encontrarlas y que sepa de esta excelencia.